miércoles, 26 de octubre de 2011
miércoles, 12 de octubre de 2011
Alejandro Magno
Los griegos —los helenos— son pueblos indoeuropeos procedentes de las regiones danubianas que, a partir del siglo XVI a.C, se diseminaron por la península balcánica, entre el Adriático y el mar Egeo. Los primeros que llegaron fueron los aqueos, que se instalaron en el Peloponeso; la segunda oleada fue la de los jonios, asentados en la Grecia central; y la tercera oleada fue la de los eolios y tesalios, que poblaron las regiones más septentrionales del país. Estos helenos ya se hallaban altamente civilizados: conocían las técnicas fundamentales de la agricultura y la ganadería, sabían trabajar los metales y asimilaron perfectamente las civilizaciones autóctonas preexistentes (las de Creta y el mar Egeo). Nada más llegar, fundan las primeras ciudades-estados, características de su futura organización política, unas marítimas (como Argos, Atenas, Corinto), otras continentales (como Esparta, Tebas) y se desparraman por las islas y las riberas asiáticas del mar Egeo (Sardes, Mileto, Halicarnaso, Samos o Rodas por ejemplo), así como por las costas de Sicilia y del sur de Italia (Magna Grecia).
Hasta el siglo V a.C, estos microestados independientes, donde florecían en gran número brillantes inteligencias, los mayores escritores y los artistas de mayor talento que nunca había conocido el mundo antiguo, y cuyo territorio se limitaba a una ciudad (la mayoría de las veces rodeada de murallas) y a los campos circundantes, por regla general estaban gobernadas por un pequeño número de privilegiados —una oligarquía—. Al principio de su historia fueron escenario de crisis o revoluciones locales que suscitaron la obra de legisladores (como Licurgo en Esparta, Dracón y Solón en Atenas), o favorecieron la instalación de monarcas absolutos más o menos hereditarios, los tiranos (la palabra griega tyrannos, «rey», no tiene connotación peyorativa). La más rica de estas ciudades-estado, Atenas, inventó en el siglo VI a.C. la democracia (véase Anexo 1), y su ejemplo sería seguido por otras, mientras que ciertas ciudades helénicas conservaron su estatuto oligárquico (Esparta) o monárquico (Siracusa).
En el transcurso del siglo V a.C, dos sacudidas guerreras estremecen el mundo griego: las guerras Médicas y la guerra del Peloponeso. Las primeras enfrentaron al Imperio persa con las ciudades griegas, coaligadas en lo que se llamará la Liga de Délos; fueron ganadas por los griegos y concluyeron mediante la «paz de Calías», en el año 449 a .C. ; la segunda fue una larga guerra que duró cerca de treinta años (431-404 a .C.) entre Atenas y Esparta , que se disputaban la hegemonía sobre las restantes ciudades de la Grecia continental: fue ganada por Esparta y provocó la ruina de Atenas.
La victoria de Esparta marcó no sólo el fin del poder ateniense, sino también el fin de la Liga de Délos y la democracia en Grecia. Cada ciudad se organizó, durante un tiempo, por el modelo lacedemonio, con un gobierno oligárquico. No obstante, la hegemonía espartana fue precaria y las ciudades griegas recuperaron con bastante rapidez su independencia: Tebas, por ejemplo, reconstruyó en torno a ella una Liga de Beocia; Atenas formó una nueva Confederación marítima en el año 337, menos imperialista que la anterior, pero que a su vez se desmembró. Al mismo tiempo, la Liga espartana se desmoronaba bajo los golpes de los tebanos en 371 a .C.
Después de las guerras del Peloponeso, estalla el marco tradicional de la ciudad griega. A principios del siglo IV a.C, se instala una crisis económica que tuvo como por efecto inevitable la división de los ciudadanos en dos clases: los ricos y los pobres. Guerras civiles, motines provocados por el hambre y distintas revueltas estallaron por todas partes, con la consecuencia de un exilio general de los griegos; los más jóvenes se alquilan como mercenarios a los pueblos en guerra en el entorno del mar Egeo (y en particular a los ejércitos del Imperio persa). Por último, en el siglo IV a.C. asistimos al desarrollo en el norte del territorio griego de un Estado semibárbaro, el reino de Macedonia, cuya existencia ya hemos mencionado anteriormente: es un Estado monárquico, con una aristocracia militar (de caballeros) que reina sobre un pueblo de campesinos que habla una lengua muy cercana al griego. A partir de las guerras Médicas, los reyes de Macedonia mantienen relaciones principalmente comerciales, a veces pacíficas, a veces tensas, con Atenas, que domina todo el norte del mar Egeo. A principios del siglo IV a.C. el reino de Macedonia va transformándose lentamente y pierde su carácter rural: en los campos aparecen burgos que se convertirán en ciudades, y la caballería aristocrática se acompaña ahora de una infantería pesada popular (los hoplitas macedonios), creada en la primera mitad del siglo IV a.C. durante los reinados de los reyes Arquelao, Alejandro II y Perdicas,
En los siglos XI-X a.C, mientras en la Grecia continental se difunde el pastoreo, otros indoeuropeos, salidos de las estepas y las llanuras de esos países que los geógrafos antiguos llamaban Bactriana y Sogdiana (el noroeste de Afganistán, Turkmenistán y Uzbekistán actuales), hacen su aparición en la meseta irania y descienden lentamente hacia la fértil Mesopotamia (el actual Irak): son los medos y los persas. Tienen piel blanca, nariz recta, rostro ovalado, cabellos lisos, barba espesa, y, según las tradiciones, su religión, el zoroastrismo, les ha sido revelado por un sabio llamado Zoroastro, al que se atribuye un conjunto de textos sagrados conocido como el Zend-Avesta, que habría estado formado por veinte libros de 100.000 versos cada uno, redactados sobre 120.000 pieles de vacas secas, en una lengua de la antigua Bactriana, el avestino.
En esa época los reinos semitas de Asiría y Babilonia son las grandes potencias políticas, militares y culturales de Mesopotamia —con Asur, Nínive y Babilonia como capitales—, y sus reyes se preocupan ante la llegada de estos vecinos turbulentos y extraños. Al principio se disponen a luchar contra ellos, a vencerlos y deportarlos a los desiertos de Siria, de la misma manera que el rey neobabilonio Nabucodonosor II llevará a los judíos en cautividad a Babilonia, en el año 586 a .C.
Los medos fueron los primeros en unirse y en constituir un reino, con Ecbatana como capital; pero hubieron de sufrir la dominación de los semitas asirios: el rey asirio Sargón II deportará a Siria al primer rey medo conocido, Dejoes (en 751 a.C), y uno de sus sucesores, el famoso conquistador Asurbanipal, ocupará la Media durante cerca de treinta años. Luego los medos se liberaron del yugo asirio, destruyeron Asur y Nínive, y Asiría saldrá de la historia durante los reinados de los reyes medos Ciaxares y Astiages (que muere en 549 a.C).
EL IMPERIO MEDA: CRONOLOGÍA
El Imperio meda, al que conocemos a través de los escritos de Herodoto y de los anales del rey babilonio Nabonida, fue un imperio efímero. El rey medo Ciaxares derrotó a los asirios en 612-610 a .C, y a su vez los medos fueron derrotados por los persas de Ciro el Grande en 550-549 a .C.
Corresponde entonces a los persas entrar en escena. Como se ha dicho, habían llegado a Irán al mismo tiempo que los medos, pero sus reyes habían tenido que sufrir la dominación de estos últimos durante más de un siglo (de 675 a 550 a .C). Los reyes persas se vinculaban a un antepasado legendario, que habría vivido hacia el año 700 a .C. y se habría llamado Aquémenes, de donde deriva el nombre de su dinastía: los Aqueménidas.
El primer rey persa en tomar el título de Gran Rey fue Ciro I (hacia 640-600 a .C), cuyo nieto, Ciro II el Grande (hacia 558-528 a .C), puso fin al Imperio meda, aunque conservó Ecbatana como capital y fundó el gran Imperio persa. A partir de sus conquistas (se apodera de Babilonia, luego de Lidia, en Asia Menor) vemos a Persia avanzar hacia el mundo europeo y amenazar el mundo griego . El hijo y sucesor de Ciro II, Cambises (528-522 a .C.) conquistará Fenicia y Egipto, y el usurpador de genio que fue Darío I el Grande (521-486 a .C.) extenderá el Imperio persa desde el valle del Danubio hasta el del Indo.
Darío I dotará a este Estado gigantesco, donde vivían cien pueblos distintos, de una organización administrativa centralizada muy notable, si tenemos en cuenta su tamaño (división del Imperio en satrapías; creación de una ruta real de 2.700 kilómetros de longitud, provista de 511 relevos de postas, que unía Susa con Sardes, en Asia Menor; y de un sistema monetario (los dáricos de oro). También fue Darío quien mandó construir la fabulosa capital de Persépolis, y su monumental terraza real de 130.000 m2 .
Visto en conjunto, el Imperio persa era por tanto un verdadero mastodonte político, en comparación con la Hélade de las mil ciudades. Las distintas provincias que fueron unidas a él nunca estuvieron asimiladas realmente, sin duda porque la conquista fue muy rápida y, al mismo tiempo, demasiado heteróclita. Además, a las disputas sucesorias hay que añadir las secesiones de ciertas satrapías, las revueltas, los cambios de humor de los sátrapas, grandes señores feudales que a veces se consideraban iguales al Gran Rey. Lo más sorprendente en la historia de los Aqueménidas no es que hayan creado un imperio tan vasto, sino que su poder haya durado tanto tiempo (dos siglos). La razón profunda de ello es la ausencia de todo enemigo exterior lo bastante numeroso y poderoso para lanzarse a una empresa de conquista, incluso parcial, del Imperio persa. Es notable, no obstante, que sólo las guerras protagonizadas por los persas (las guerras Médicas) se hayan saldado con repetidos fracasos, a pesar de su enorme superioridad numérica.
En resumen, el ejército persa es terrorífico únicamente por su extensión: el primer ejército extranjero importante y organizado que lo atacó, el de los macedonios, lo devoró sin mayores dificultades... pero tenía al frente a un estratega de genio llamado Alejandro.
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